El patito feo: la belleza y la magia son hijos del mundo interior.
¿Te imaginas la de cosas que hubiéramos aprendido si en vez de contarnos en clave de lástima la historia del ‘patito feo’ nos la hubiesen presentado como ‘el cisne en busca de su alma gemela’?, por poner un ejemplo.
¿Cómo es que se empeñan en hacernos creer que para triunfar hay que sufrir primero, luego, después? O, ¿por qué hemos de creer que siendo diferentes, nadie nos querrá? Al parecer el cuento es una metáfora acerca de que los orígenes no tienen por qué condicionar el desarrollo ulterior de alguien ni impedir que alcance el éxito en su vida.
No todos despliegan sus dones en la infancia.
No todas las infancias infelices impiden que uno alcance a desplegar las alas de sus dones, volar alto y hasta donde desee.
Ni un patito más creyéndose feo.
“¿No?”
No. No hay patitos feos sino patitos singulares. Patitos cuya belleza es interior, cuya magia reside en sus plumas de brillo atardecer. Quizá ese cuento fue escrito con el propósito de contarnos que no importa que nos echen de muchos sitios porque eso significa que no pertenecemos a ese lugar y que, por lo tanto, debemos irnos o nos irán.
Déjate de cuentos y asume que nadie te hace creer nada que tú no quieras creer acerca de ti, tu belleza, tu singularidad o tu derecho a ser feliz siendo quién eres.
ÉRASE una vez una bella dama que había ido a dar con sus plumas en una granja de patos. Su esbelto cuello y su elegante caminar eran motivo de mofa, befa y burlas varias. Ello era debido a que era diferente. Y, ya se sabe, todo lo diferente, suele representar una amenaza. Por eso, todo aquello que es una amenaza debe ser neutralizado cuanto antes, y una de las maneras muy efectivas es burlarse, ningunear, apartar al otro del grupo a base de hacerle sentir mal por no ser o pensar igual. La bella dama, de nombre Cisne, se sentía tremendamente diferente, pero ello no era motivo de infelicidad, sino de todo lo contrario. Se sentía feliz en su diferencia. No tenía ni idea acerca del por qué tuvo que aparecer en ese reino. Ahora bien, independientemente del cómo y por qué estuviese allí, en el fondo de su ser intuía que algo tenía que ver con una o varias vidas anteriores.
“¿Otras vidas?”
Sí. Cisne creía que el alma migraba entre vidas, o sea, que se reencarnaba en otra entidad humana para seguir aprendiendo, o reparando errores, o compensando a aquellos a los que se hubiese ofendido, recogiendo premios por haber sembrado bien… El karma, al fin y al cabo, era algo real para Cisne, y acorde a sus creencias vivía su nueva vida. No le importaba hacer nacido en una humilde aldea del país del Club del Redil donde todos presumían de ser iguales… si, iguales en su mediocridad, pues disimulaban su singularidad a la par que no permitían que nadie la exhibiera ni alardeara de la misma.
Cisne era un zigoto equivocado, es decir, que la cigüeña la había soltado donde no debía, vamos que se equivocó de nido u hogar. ¡La cigüeña la lió, bien liada! Si en vez de empeñarse en volar esa madrugada con la tormenta que se había desatado, hubiese esperado a que escampase, no se hubiera perdido, y consecuentemente, no hubiese confundido la gimnasia con la magnesia, es un decir. Por lo tanto, hubiera visto que la calle era una del mismo nombre con el mismo número pero no en el mismo pueblo.
“¡Cáspita!”
Se armó el lío. Así fue como Cisne se encontró en un hogar y en un pueblo donde todos eran diferentes a ella, con lo que la tacharon de rara y otras cosas peores…
¿¡Dónde iba ella con ese largo cuello y esa luz en la mirada, y esas alas angelicales!?
¿Quién se había creído que era?
Alguien especial, por supuesto. Alguien con un don del cual los otros carecían. Bien que podrían haber aprovechado para aprender de ella…
¡Así decidieron proceder!
Ah, ¿creíste que la iban a expulsar del pueblo, tachándola de loca, fea, y otras cosas por el estilo?
Cierto.
Podría haber ocurrido así, claro… Aunque, no siempre los diferentes, son mal recibidos.
Cisne fue muy bien acogida en su familia terrena: existen los mundos paralelos, conocidos como el cielo y la tierra, y ambos poseen puertas de acceso del uno al otro y viceversa. La tormenta de aquella noche le impidió a la cigüeña darse cuenta de que se había abierto la puerta para que ella la cruzase y así, como si de un despiste celestial se tratase, Cisne pudiese nacer en la Tierra en vez de en el Cielo. Los de ese lugar necesitaban a alguien de su bella interior, a alguien con su luz. Habían olvidado lo que es la belleza auténtica y por eso los sabios del lugar reclamaron a un ser de luminosas alas. Por eso, Cisne fue nacida entre los diferentes a ella. Les unía una misma misión: mostrarle al mundo que la belleza que de verdad cuenta, y genera luz en la mirada, está en el alma y en el amor de quién la mira.
Cisne fue creciendo. Y, si bien es cierto que en la escuela donde pasó su infancia no todos la acogieron bien, ni comprendieron ni estimaron ni alabaron… Si tuvo mentores que vieron su luz y la agradecieron. Pero sobre todo, lo más decisivo fue que su familia terrena la amó con sinceridad, pues se sentían profundamente afortunados por tener a alguien como ella entre los suyos. Ese alimento tan especial que recibió en forma de cariño durante su infancia fue lo que le permitió extender sus alas en toda su plenitud. Como decía, ella, Cisne, tenía un don; podía ver el alma de la gente, ver quiénes eran en verdad por debajo de sus disfraces, máscaras y mentiras. Así las cosas, no la podías engañar. Ella sabía cuándo alguien era cisne o lo pretendía. Consideraba que no había nada malo en ser un patito, siempre y cuando se fuese feliz siéndolo, y para serlo nada como aceptarse uno a sí mismo, ser condescendiente y agradecido por las cualidades personales y particulares que uno exhibía. Nadie era igual a nadie. Todos eran únicos, singulares e irrepetibles.
“¡Genial!”
¿Fue todo tan ‘coser y cantar? ¿Tan fácil?
No, obviamente.
Ya te adelanté que en la escuela no todos la amaron. Algunos, incluso, la odiaron, los menos, eso sí. Sin embargo, armaron mucho barullo. Odiaban su despierta y veloz inteligencia. Odiaban su risa cristalina. Odiaban su alegría mágica. La odiaban porque hubieran querido ser ella y no podían. Si en vez de ello, se hubieran dedicado a ser ellos mismos, la habrían admirado, lo cual hubiera supuesto un mejor y más pragmático empleo de la energía desperdiciada en odiar…
Volvamos a la parte productiva de la vida de Cisne.
Cisne creó una escuela de vuelo, donde todos aquellos que se sentían patitos feos, esto es, sin alas, pudiesen aprender a desarrollar, desplegar y usar sus alas de luz.
Los que en el centro escolar de Cisne estudiaban, se sentían dichosos, muy dichosos, porque allí podían averiguar quiénes eran más allá de las apariencias y brillar su luz en todo su esplendor. Afuera quedaban los detractores, esos a los que la labor de Cisne no les gustaba. Por consiguiente, hacían todo lo posible para empañar su felicidad. ‘Cuanto más intensa es la luz, más intensa es la sombra’, suele decirse. Consecuentemente, cuanto más triunfaba Cisne en su misión vital, esto es, más alas de luz enseñaba a desplegar más creía el número de protectores aunque, ni de lejos, alcanzaban el número de patitos que habían dejado de ser feos y con las alas plegadas.
Un día de afortunado amanecer, un patito ex alumno de la escuela de Cisne, se miró en el lago del silencio y acertó a descubrir su alma: sus hermosas alas de luz desplegadas. Le dio tal brinco el corazón que fue raudo y veloz a contárselo a sus colegas de escuela.
¡Soy un cisne! ¡Soy un cisne! –gritaba entre risas una y otra vez.
Ante el alborozo, todos fueron a mirarse en el lago del silencio. Pudieron contemplar, por vez primera, el alma cisneal que albergaban debajo de sus apariencias patitoriles: ¡todos eran cisnes! Cisne, así se lo confirmó. Ella, simplemente, había encarnado la realidad de su alma con el fin de mostrarles que el alma existe y que, tanto su belleza como su luz, no tienen parangón.
Pasaron los años, y la escuela de vuelo de Cisne fue creciendo cada vez más y más. Ahora bien, dado que eran ya muchos los patitos que habían dejado de ser feos y que habían desplegado sus alas, éstos pudieron unirse a Cisne y también impartían clases de vuelo. La luz era cada vez más intensa, tanto que la Gran Hada del Espíritu se presentó un día en el centro para honrar a Cisne y a sus discípulos. Quería anunciarles una gran nueva: la oscuridad había iniciado su retirada. Estaba retrocediendo. Por fin, eran más los que amaban las diferencias, disfrutaban de su singularidad, exhibían sin pudor su luz y volaban su destino terrícola con sus alas de luz desplegadas que los que disimulaban, fingían, envidiaban, odiaban o fastidiaban. La tortilla se había dado la vuelta por fin. Ya nadie se sentía avergonzado de ser diferente, muy al contrario, las diferencias eran motivo de celebración. Asimismo, fue como pudieron darse cuenta de que no existían zigotos equivocados: cada cual nacía donde debía en función de sus aprendizajes y enseñanzas. Todo en el universo estaba perfectamente calculado. Ah, lo olvidaba, otra de las ventajas de mostrar sin pudor la singularidad, era que las almas gemelas podían reconocerse al instante, no había velos que despiste que atravesar.
El lago del silencio estaba de lo más concurrido.
Metáfora y Metamensaje:
Cuando somos capaces de mirar más allá de las apariencias, descubrimos el verdadero rostro, nuestro auténtico yo, revelándose la singularidad eterna y especial que nos acompaña vida tras vida.
A nivel de alma, no existe la fealdad.
Nadie es un error en su esencia.
Todos tenemos alas de luz en el alma, pero de nosotros depende desplegarlas y usarlas.
Nada ni nadie es responsable de que nos comportemos como patitos feos en lugar de como cisnes bellos.
Solo si escondemos nuestra luz, disimulamos nuestra singularidad y no aceptamos quiénes somos en verdad, nos haremos pasar y acabaremos por creer que somos ‘patitos feos’.
Recuerda que la belleza reside en los ojos de quién la mira. Por eso, si alguien no es capaz de ver tu belleza, es que no te ama ni tiene ojos espirituales.
La singularidad y la espiritualidad tienen su valedor.
¡Abre tus alas y paséate por el mundo sin pudor!
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