Rafael Reséndiz
Los ojos abiertos, mirando sin ver el cielo raso de la habitación que por muchos años compartió con su amada Cleo. Aquella mujer que le costó tanto tiempo que lo mirara, que se diera cuenta que existía, que estaba ahí para ella. Fueron meses de flirteo. De ramos de flores, de serenatas clandestinas con la complicidad de la luna, de cartas, recados. De encuentros “fortuitos” por la mañana a la salida de la iglesia. De cruce de miradas durante los paseos dominicales en el zócalo de la ciudad.
Fue un sábado por la tarde cuando don Artemio, padre de Cleo, enfrentó a Fausto. Le dijo, exigió, que si su hija le gustaba, era hora de formalizar el noviazgo. Fausto no supo qué decir, las manos le sudaban como cataratas, los pies le temblaban sin parar y el corazón latía a todo lo que daba.
-Sí Clotilde lo acepta, por mi no hay inconveniente, le dijo Artemio, y le sentenció “sólo le pido muchacho que la respete y se dé usted a respetar”.
Ya con el permiso del padre, Cleo pudo sacar a la luz el gran amor que sentía por Fausto. Un año duró el noviazgo. Fue un día soleado de abril de 1963 cuando unieron sus vidas para siempre. El templo dedicado a la Virgen de Guadalupe lucía lleno, espléndidamente adornado con rosas blancas y crisantemos. Ambas familias portaban sus mejores galas.
Ninguna de las dos eran de clase acomodada, más bien clasemedieros. La fiesta se llevó a cabo en una de las propiedades de don Neto, tío de Fausto. En lugar del vals, los novios bailaron su canción, aquella que tantas veces Fausto le cantaba en sus encuentros, "Bésame mucho".
Cleo y Fausto, era aquella pareja que se despidió con un beso tierno y apasionado en la combi, frente a los ojos curiosos de los demás pasajeros.
Hace un año a Cleo le fue diagnosticado cáncer en la sangre. Cuando el galeno les comunicó la noticia y las escasas probabilidades de cura, ambos se fundieron un abrazo y siguieron oyendo sin oír lo que el médico les decía. La leucemia estaba muy avanzada, sólo le auguraban máximo doce meses de vida.
Salieron de la clínica del IMSS con rumbo a la iglesia en donde habían unido sus vidas frente a Dios. Hincados frente la imagen de la guadalupana, suplicaron un milagro, pero también externaron su obediencia a los designios del Señor. Sin embargo, Fausto no prestaba atención a las oraciones de Cleo, su mente estaba en otro lugar. Buscando cómo curar a su esposa. “No puedo permitir que se muera, no”, se decía una y otra vez.
Los medicamentos que recibía Cleo, comenzaron a hacer mella en su cuerpo. De ser una mujer de mediana complexión, la delgadez la invadió. Aún así, nunca dejo su alegría y su buen humor. Seguía riéndose de la vida, como desde niña. A todo le encontraba solución, nada era impedimento para ella. Con esa fortaleza y con el apoyo incondicional de Fausto, criaron a sus cuatro hijos. Hoy, Faustino, Carmen, Roberto y Amelia, eran hombres y mujeres de bien.
Tanto Fausto como Clotilde, educaron a sus hijos con amor y disciplina. Combinación difícil, pero que sin lugar a dudas ambos lograron amalgamar. Inculcaron en sus vástagos el respeto a los demás, a los varones les infundieron casi una devoción por las mujeres. “La mujer no son nuestra propiedad, son nuestras compañeras”, les decía don Fausto cada vez que la ocasión lo ameritaba. Y al igual que él, Tino y Beto, ayudaban el los quehaceres del hogar.
Por su parte, Cleo, enseñaba a sus hijas a cocinar, a zurcir la ropa, a pegar un botón. Pero también les inculco el respeto por ellas y por los hombres. Y es que en su familia, por tradición el hombre era quien llevaba las riendas de la casa, algo en lo que Cleo no estaba de acuerdo.
De dónde nacieron esas ideas en su cabeza, nunca se sabrá, pero lo que es un hecho es que le sirvieron durante casi 47 años de matrimonio con Fausto, para llevar la fiesta en paz y consolidar una gran familia. Todos sus hijos se casaron y han aplicado las enseñanzas en sus propios hogares luchando contra “la modernidad” de sus propios hijos y de la sociedad.
El cuerpo de Cleo no resistió más. La víspera del 12 de diciembre fue llevada al hospital. Ahí a las 2 de la madrugada del domingo falleció. Apenas seis meses antes, le habían pronosticado un año más de vida, tal vez más, pero no fue así. Sus cuatro hijos y don Fausto la acompañaron en sus últimos momentos, a todos les repitió cuánto los amaba.
Luego del sepelio, don Fausto volvió a su casa. No quiso recorrerla más, pues como en los cuentos, cada rincón le recordaba a Cleo.
La familia no tenía ánimos para celebrar la Noche Buena y la Navidad. Sin embargo, Yolanda, nieta de don Fausto y Cleo, les dio fuerzas diciéndoles que era la mejor manera de rendirle homenaje a la abuela. La idea fue secundada por los siete nietos restantes y avalada por los adultos. Pero el abuelo puso una condición: que la cena se sirviera a las 10 de la noche. Y así fue.
La idea de llegar pasar una noche vieja sin la compañía de Cleo, no le gustaba nada. Los últimos años, cada 31 de diciembre cenaban solos. No importaba, se tenían el uno al otro. Eso bastaba. “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…” eran las palabras que se decían al compás de la música. Y sí, eran veladas de besos, de muchos besos. Por eso, el solo pensar que sus labios no se humedecerían en los de Cleo, lo hacía sufrir.
A pesar de la tristeza que sentía, algo muy dentro de él lo animaba, lo alegraba. No sabía qué era.
Se sirvió la cena que horas antes había comprado en aquel restaurante de moda. Bendijo los alimentos y cenó. Puso el viejo acetato en la consola y se dejo caer en el sillón de la sala. “Bésame, bésame mucho…” Nunca cerró los ojos, los fijó en el techo de la habitación y su alma voló hasta los brazos de Clotilde. Comenzaron a bailar ligeros, como cuando jóvenes, entre las nubes del paraíso. Se besaron mil veces, recordando aquellas palabras que se dijeron en el altar: “prometo amarte siempre, porque siempre es para siempre”.
Luego de cerrar sus ojos suavemente con su mano, Carmen, su hija, llamó a los demás y rezaron junto al inmóvil cuerpo de don Fausto. Lloraron, pero bien saben que hoy. los dos viven felices como siempre.
Comentarios
Hola, hola!!!
Hermoso no esperaba menos, me imagine en la historia, me compenetre tanto que senti mucho el final... lo mejor es que Cleo y Fausto si cumplieron hasta el final " siempre... es para siempre "
Un fuerte abrazo