Reconsiderando la Ley de la Atracción
Por Ada Oliver
Mucho ruido hizo hace algunos años la llamada “ley de la atracción”, la película El Secreto y el libro del mismo nombre citaban diferentes expertos y fuentes antiguas y modernas que sostenían que las personas podemos atraer a nuestra vida todo aquello que pensamos.
Es decir, lo que en nuestra vida acontece se da por que el universo obedece a nuestros pensamientos dominantes, mismos que siempre encontrarán la manera de manifestarse en nuestra vida; se trate de pensamientos positivos o negativos.
Las discusiones en torno a esta manera de interpretar las razones detrás de lo que sucede y nos sucede han sido muchas y muy variadas, sobre todo porque la objetividad de la ley se topa con argumentos difíciles como: ¿Qué sucede cuando dos personas tienen intenciones encontradas? ¿Cuando un niño sufre de algún tipo de trauma o enfermedad es porque así lo intencionó? Este tipo de cuestionamientos parecen debilitar la viabilidad de la ley de la atracción.
El principal cuestionamiento que surge de líderes religiosos y de quienes se dedican a tratar enfermedades graves o que ayudan a personas en situaciones vulnerables, es que si la abundancia está tan cerca como el pensamiento positivo, ¿entonces porqué existe tanta pobreza, hambruna, enfermedad y miseria en el mundo?
Algunos argumentan que esta ley sólo se puede ejercer en sociedades que ya cuentan con estructuras que permiten que gente con actitud y disposición progrese o logre sus metas. En las vastas partes del mundo en que estas estructuras no existen, la ley resulta inaplicable.
Poner al ser humano en el centro del universo retira el poder y la voluntad de Dios sobre la evolución del mismo, por lo que las religiones monoteístas como el cristianismo, el judaísmo y el Islam tienen conflictos frontales con algunos de los conceptos que manejan quienes promueven la ley de la atracción; el cristianismo por su parte pone a Dios en el centro del universo y al ser humano como co-creador de su realidad, gracias al libre albedrío que Dios le concedió y a la fe que la persona misma construye.
En general, la ley de la atracción es aceptada como un resurgimiento del pensamiento “new age”, cuya espiritualidad se caracteriza por una interpretación personal de las prácticas y filosofías espirituales y el rechazo de doctrinas y dogmas religiosos, pues se cree que estos sólo han logrado desviar y distraer al hombre de la búsqueda espiritual.
El pensamiento católico por su parte se centra en la fe, la esperanza y la caridad. La fe es propia, la esperanza puede ser personal o colectiva y la caridad se considera la madre de todas las virtudes; para el cristiano la caridad es amor y el amor es Dios. Con el fin de que el católico alcance la felicidad, la plenitud y la salvación, la Iglesia ha sostenido una doctrina apegada a lo que considera las leyes y enseñanzas de Cristo.
En el libro El Secreto, la autora Rhonda Byrne hace especial énfasis en el pensamiento positivo, indicando que pensar, sentir y creer que en tu vida abundan sucesos positivos te llevará al éxito material, la salud y la paz interior. Tu pensamiento te puede convertir en un imán de todo lo que deseas.
El poder de la mente no se puede minimizar, dimensionar su alcance resulta difícil hasta para la ciencia moderna. La incontable serie de libros y autores que han lanzado propuestas y variaciones en torno a la ley de la atracción y la importancia que esta le da al poder de la mente han sembrado confusión y culpabilidad en muchos individuos, ¿mis pensamientos me llevaron al cáncer? ¿si me llega a la mente una idea negativa estoy condenado a vivirla en carne propia?
La confusión, la culpabilidad y el miedo pueden surgir de estos cuestionamientos y nos pueden llevar a renunciar a la creencia de que existe una voluntad divina que siempre será más sabia que nosotros y a la edificación de una vida espiritual (que sin duda es indispensable para poder lograr la plenitud).
Lejos de sentir miedo o renunciar por completo a la formación espiritual o de caer en una espiritualidad floja o de conveniencia, es importante reconsiderar el camino que has elegido; te puedes sorprender a ti misma redescubriendo o reforzando felizmente las enseñanzas que recibiste por tradición o convicción, o bien, encontrando las respuestas y explicaciones que añoras en nuevos lugares.
*Publicado en la revista Mujer Actual B.C. en febrero de 2010
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