Publicado por María Samaniego el 22 de Noviembre de 2010 a las 8:10am
Escrito por José Antonio Ruiz Alba“La herida (…) se aprecia en el rostro de casi todos los hombres que nos cruzamos por la calle; el dolor vital, la angustia, el temor, la soledad, las comisuras de los labios hacia abajo… “ (El Rey Pescador, Robert A. Jhonson)www.hombresigualitarios.ahige.es_________________________________________________________________________En una película sobre las maras hondureñas, pandillas callejeras de los suburbios de Tegucigalpa, se muestra el ritual de iniciación de un niño para ser parte activa de la mara. El jefe de la mara va contando y con cada cifra, los pandilleros, uno a uno, golpean al niño con brutalidad: todos deben hacerlo.” One, two, three…” El líder cuenta hasta trece. Trece golpes que el muchacho ha de aguantar, porque sólo después de eso recibirá su nuevo nombre y será reconocido. Será bendecido como uno más de la pandilla. Será alguien, comenzará a existir como hombre…1. No estamos tan lejos de esas escenas. Para ser hombres, nosotros los hombres, hemos de morir al sentimiento. ¿Qué significa morir al sentimiento? Significa no llorar, aguantar el dolor, y significa también no reír con la sonrisa ingenua y confiada de un niño. Liquidar la alegría. Recordemos algunas frases que algún adulto nos dijo alguna vez: “no llores”, “arriba, campeón”, “ése te ha pegado: ¿y tú le has pegado?”, “habla como hombre”, “no seas marica, no tengas miedo”. Recordemos también algunas de las pruebas para ser del círculo de amigos: emborracharse, perder la conciencia y después pelearse. Recordemos, algunos, el servicio militar: pruebas de alta resistencia, al sol, hasta casi caer desplomados, curtirse, endurecerse, aguantar las inocentadas de los veteranos, soportar las humillaciones de los superiores. Miremos algunos referentes recientes en la pantalla: Stallone, Swarzenegger, Bruce Willies, Clint Eastwood (cuando era Harry el Sucio), Jackie Chan, los 007, Bourne… En el otro lado la alegría, y por ende la vulnerabilidad en los hombres, sólo ha servido para considerarlos unos tontos o reírse de ellos. Forrest Gump representaba en el cine al hombre alegre e inocente, y Woody Allen ha ganado fama retratando el estereotipo de hombre ridículo y antihéroe.2. Defenderse y vengarse, ser alguien desde la rabia, eso es lo que nos hace hombres. Quizá la película que mejor define qué tiene que tener un hombre dentro sea “Sin perdón”, un hombre sin entrañas, con la cabeza fría, calculador, al que no le tiembla el pulso, y que es capaz de liquidar sin pestañear al bando completo de enemigos, protegiendo además a las “pobres” mujeres. Es lo mismo que se nos pide en los negocios, en la vida. Y en los deportes otro tanto: los deportes masculinos suponen dureza de trato, desde el fútbol hasta el boxeo. Nada más hagamos un pequeño experimento: ¿qué pasa si ahora les digo que no quiero que sonrían, que no quiero que se rían? ¿Recuerdan qué le pasó al niño que un día rompió a llorar por primera vez frente a su papá o su mamá y le dijeron con voz rotunda “no se llora”? ¿Sabemos qué sentimiento resulta de reprimir emociones básicas como el dolor o la alegría?3. La rabia es el sentimiento que pone en marcha las actitudes necesarias para ser un hombre como dios manda: en primer lugar, permite separar de uno mismo todo aquello que connota debilidad. Desde la rabia elegimos la fuerza bruta, la autoridad sin límite, el poder de la decisión, el orden inflexible, los planes exhaustivos, el dominio, la competencia, la insensibilidad, la osadía, el alto riesgo. Desde la rabia es que un hombre muestra su rostro: tranquilo pero en el fondo tenso, riendo pero sin soltarse, amando pero calculando, siempre calculando, sufriendo pero en silencio. Haciendo el amor, o mejor dicho desde la rabia, “follando”, eso sí, para dominar, para demostrar. Es desde la rabia que un hombre que quiere tener éxito se pule a sí mismo. Y para que nazca la rabia han de mitigarse las dos emociones básicas de las que hablábamos antes. No es casualidad: reprimiendo dos sentimientos primarios como son la alegría y el dolor aparece la rabia. Desde ahí es desde donde se dan todas las acciones del hombre, desde la risa hasta la furia. La rabia, además, conecta con una sensación de poder tremendamente adictiva; la rabia y el endiosamiento, creerse un ser superior, van juntas. Para sentirnos unos buenos machos es preciso sentir rabia por dentro, y para sentir rabia por dentro hay que haber liquidado el dolor y la alegría.4. No se olvide que en el dolor y la alegría nos volvemos vulnerables: en el dolor por sabernos tan precarios, tan frágiles, apenas nada; y en la dicha por sabernos escogidos, por reconocernos, siendo nada, objetos de tanta suerte y tanto cuidado. Experimentamos en la alegría el gozo que viene de fuera, regalado por alguien. En ambos momentos no podemos controlar lo que nos pasa: el dolor nos remite a la necesidad de que nos cuiden, la dicha a la necesidad de compartir con otra persona. En ambos casos hay fragilidad: no elegimos por nosotros mismos. Y ser hombre en un sentido machista ha significado siempre ser el dueño y señor de tu propia vida.5. Pero también, no se olvide, el dueño y señor de la vida de otros: los otros se dividen en las mujeres y en los demás hombres. Las primeras, posibles objetos de nuestros poderes de hombre, los segundos, cómplices de caza y también competidores. Con las mujeres hay que señalar las diferencias. Necesitamos saber que son diferentes; no se trata sólo de saber que hacen cosas diferentes -gestar, parir, dar de mamar-. Eso no lo hará, de momento, un hombre. Sino que también pensamos que no somos comunes, que no hay línea de continuidad entre un hombre y una mujer, aunque científicamente sepamos que hay una etapa en el vientre de la madre en el que el feto puede ser las dos cosas. Pero ellas son otra cosa. Hay que poner la frontera. Así en nuestra manera de educarnos, asignamos y buscamos las diferencias vitales precisas: cuidarse, darse, seducir(nos) y ponerse guapas… eso es para ellas. Aunque luego tengamos los hombres que asumir tareas símiles como la crianza y lo doméstico, siempre sabremos que en nuestro caso es artificial, que no queda más remedio. Recuerdo el caso de un hombre que maltrató durante más de 15 años a su pareja. ¿Y por qué nadie sospechó nunca nada? Porque era un perfecto padre y amo de casa. Daba igual: en el fondo él pensaba que eso era cosa de mujeres, y que su mujer se lo debía. Se lo cobraba por la noche, al cerrar la puerta de la alcoba.6. El creernos superiores exige que se nos tenga miedo, que alguien nos tenga miedo, que en algún momento experimentemos que quien está a nuestro lado sepa que somos un hombre de verdad, por muy bueno que pueda aparentar en el día a día, pero con ese fondo de maldad necesario para ser un hombre. Y eso necesita de vez en cuando una prueba de esa capacidad para dañar y ponerse por encima. Un grito, una patada a una puerta, cualquier otro gesto: el rostro bloqueado del miedo nos da la réplica y nos afirma. Ahora todo puede seguir adelante. Ahora, desde ese miedo implícito podemos comenzar a repartir tareas domésticas, a cuidar a los hijos y a las hijas, desde ese miedo es que podemos empezar a mantener relaciones, pensar los espacios laborales y también las leyes. El miedo latente alimenta nuestra ansia de poder latente. Y eso configura los modos de relacionarnos: desde lo cotidiano hasta la jungla de lo social.7. Y en la jungla de lo social nos persigue el fantasma de la corrupción. El ansia de riqueza, el prestigio de ser únicos, por encima de los demás. De repente la gloria de Messi nos ha hecho olvidar que el fútbol es un mundo de despilfarros y negocios millonarios, que nada tiene que ver con la búsqueda de mayor justicia social. Pero, el fútbol como tantas y tantas cosas que hemos ido configurando los hombres en este mundo público está plagado de corrupciones. La corrupción es poder hacer sin que vean las contradicciones que eso conlleva, las disociaciones y las inequidades que arrastra cada uno de nuestros actos. Es curioso como la ley protege la corrupción. Mientras todo esté tapado y bien tapado nada puede ser denunciado. Algo así sucede con los hombres y nuestra manera de construirnos en la vida, en nuestras parejas, en nuestras propias vidas. Cuando hablo de la corrupción no hablo de estafar sino de cómo nos vamos situando socialmente. Ocultando y mintiéndonos: títulos que no declaran vocaciones, carteles que sólo muestran lo que se ve, poses, para luego saber que no hay nada debajo, o que lo que hay es demasiado vergonzoso. ¿Tenemos que seguir viviendo así? Un compañero americano de la asociación, Erwin, decía: ahora que somos asociación de hombres a ver si va a ser que nos estamos dando la excusa perfecta para seguir abandonando nuestros hogares, y todo en nombre de la igualdad. Gracias, Erwin, por avisarnos de que la corrupción está siempre cerca de nuestras maneras de hacer y decir.8. Los hombres quizá tengamos miedo: quizá tengamos miedo entre nosotros, y por eso es mejor sentirse cómplices en el poder y en el miedo a ese poder que experimentan las demás personas. Y los hombres también sentimos asco, aunque inconfeso, por aquellas opciones que no tengan que ver con el ejercicio de la posesión sexual de una mujer. La homofobia, la repugnancia hacia lo homosexual hoy está disfrazada de tolerancia. Es decir, ya no se pegan palizas a los homosexuales. Recuerdo a un vecino de mirada triste, ya mayor, allá en el pueblo, que había sobrevivido a las palizas de su padre y su hermano mayor: había tenido que buscar en los garitos clandestinos de otras ciudades las salidas a sus pulsiones. Hoy se tolera a los gays, mucho menos a las lesbianas, pero es una tolerancia de distancia. Es decir, que no se manifieste, y mejor que se agrupen entre ellos, pero que la convivencia sea siempre con la distancia por medio. Juntos pero sin convivencia.9. Sin embargo…, hay algunos hombres que sienten tristeza. Si lo dicho antes fuera la manera genuina de ser de los hombres, de todos los hombres, no pasaría nada. Todo seguiría igual. Pero no es así. Hay hombres que experimentamos la tristeza cuando asistimos al espectáculo de nuestra propia vida de hombres2. Dejen, por un momento, que comparta mi tristeza con ustedes. Tristeza, cuando me veo con mi otros compañeros de clase allá por 6º de EGB, con 11 años, rodeando a Rosa y tocándola sin darle respiro (el culo, las tetas ...) hasta que lloraba;… tristeza cuando veo los ojos atemorizados de alguien a quien quiero en algún momento de mi rabia desatada;… tristeza cuando pienso en lo poco que abrazo a mis hijos y lo mucho que les alecciono;… tristeza cuando me veo las poses forzadas ante mis compañeros por parecer más fuerte, más seguro; …tristeza por jugarle el juego al jefe, y por envidiar su poder, y por jugar yo a ser jefe cuando puedo y con quien puedo; …tristeza por…, en fin, tantas cosas.10. La tristeza me hace temblar y hace temblar todo el edificio que me había construido y me abre la pregunta: ¿qué puedo hacer? ¿Es que puedo ser hombre y valer como hombre sin aceptar la rabia, el miedo, la violencia, la necesidad de dominar, el deseo de ser siempre más? No podemos evitar la tristeza, en todo caso podemos ocultarla, postergarla, y como hombres tenemos muchas evasiones, muchas maneras de ir mitigando la tristeza: siempre distraídos, siempre evitando mirarnos para adentro. Lo que me aterra es que algún día la tristeza querrá irse y pensaremos que todo es normal, que todas esas cosas de las que hablábamos antes son absolutamente normales y que no hay nada que hacer. Pero hoy aquí hay uno que siente tristeza, y reconocernos en esta tristeza, reconocerme, me da una oportunidad.11. La tristeza me pone en búsqueda. Y entonces a la vez que aparecen los porqués, aparecen también otro tipo de recuerdos que están ahí rescatándome y ayudándome a repensarme, para poder mirar hacia delante, para no derrumbarme: siempre hay algo que hacer. Estos recuerdos también los compartiré; desde ahí que empieza asomar una incipiente sonrisa, un horizonte para ilusionarme. Empezaré de lejos, con un recuerdo que tiene que ver con la paternidad. Hay un solo día en que mi padre jugó conmigo, jugó de verdad quiero decir. Está marcado en mi memoria de forma indeleble, y no sé decir si fue con 5 o 6 años. Una noche de reyes, lo tengo aquí como un momento cumbre en mi mente, como uno de mis mejores regalos. En la mesa del salón mi padre montó el Scalextri y después con el juego de Exin Castillos armó un puente. En la tele hacían esa película de Billy Wilder, El gran guateque, y mi padre disfrutaba conmigo. Creo que no hace falta deciros más. Tal vez mi padre jugaba otras veces, pero no fue como ésa, las otras creo que lo hacía por obligación, y no las recuerdo. También me vienen recuerdos gratos, más íntimos, de cómo tocar el cuerpo de una chica que no tiene nada que ver con lo que antes os dije. Recuerdo el juego intenso y sutil de dejarme tocar y rozar levemente a mi compañera de curso en 7º, se sentaba contigua a mi pupitre. Eran tantas sensaciones a las que no sabía dar nombre: era un juego de sentimientos y consentimientos guiados por el descubrimiento de algo nuevo. Luego vendría la pornografía para imponerme modelos y maneras, pero nada tiene que ver con ese juego de caricias. Inolvidable. ¡Y qué guía ahora que lo pienso para reformular mis maneras de amar!12. Si sigo pensando desde esa tristeza en momentos en los que trabajar ha tenido que ver más con compartir y ser íntegro, he tenido la suerte de trabajar en una organización donde se respetaba el vínculo entre hogar y trabajo fuera de casa. Podía conciliar sin problemas y el resultado no era tanto un buen hacer de la empresa sino un bienestar personal y una ganancia en todo lo que proponía como organización social. Y saber que allí había algo más que compañeras de trabajo. Hoy son mis amistades. Mi buen amigo Pedro también está en mi horizonte. Estuvo cerca cuando un buen día se me derrumbaron todas las defensas: salud, seguridad, fortaleza, valentía… un buen día todo desapareció. Todo, menos la mano tendida de un amigo, que se reconocía en esa caída, que se sabía él también vulnerable, imperfecto, humano. Los demás se esfumaron, se asustaron. A un hombre no le pueden pasar esas cosas, supongo que fue lo que pensaron. Hoy me gustaría poder hablar con ellos pero no sé donde andan.13. Hoy tengo la sensación de que algo bueno me está pasando: la herida está abierta y me duele. Y gracias a eso puedo ver y saber, puedo repensarme, puedo ponerme en camino y vislumbrar el aquí y el allá. Soy, como tanto les gusta decir a mis compañeros de camino, un hombre en tránsito. Y necesito manos, mentes, ojos, cuerpos, para saberme nuevo. Es por eso que conté lo dicho. Me afano porque algún día mi sentir se parezca al menos un pizca a lo que contaba Mario Benedetti, ya del todo de la vida, en su poema “Estados de ánimo”:“Pero hoy me siento apenascomo laguna insomnecon un embarcaderoya sin embarcacionesuna laguna verdeinmóvil y pacienteconforme con sus algassus musgos y sus peces,sereno en mi confianzaconfiando en que una tardete acerques y te mires,te mires al mirarme.”José Antonio Ruiz AlbaHombres por el EncuentroAHIGE-Murcia(1) Estas palabras fueron escritas para parte de la charla “Los hombres ante la igualdad” co-impartida en el Centro Cultural José Samarago, y junto a Santiago Fernández, en Albacete, el año 2010.2 Una cita de Alexander Lowen al respecto: “…le tenemos miedo a la tristeza que llevamos dentro. Si nos permitimos llorar, nos atemorizamos porque la tristeza nos parece un abismo sin fondo o un pozo muy profundo en el que nos ahogaríamos si nos dejáramos llevar. Nuestra tristeza tiene fondo, pero justo antes de tocarlo experimentamos un sentimiento de desesperación que puede ser aterrador.” (Lowen, A., La espiritualidad del cuerpo, Paidós, Barcelona, 1993)
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¡ Gracias María! por compartirnos este mensaje. Gracias porque permite equilibrar la balanza, permite avanzar a la unidad, a la integración, Somos seres humanos, antes que nada. Saludos
Tere
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Tere