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Blancanieves o el confecciónate un antídoto que te salve de las envenenadas manzanas.

Blanca Nieves y los siete enanos (Snow White and the Seven Dwarfs) es el primer largometraje animado producido por Walt Disney. Si bien no fue el primer largometraje de la historia de la animación, sí fue el primero en lograr un amplio éxito internacional. Fue también el primer largometraje de dibujos animados rodado en Technicolor. Se preestrenó el 21 de diciembre de 1937, y su estreno en cines tuvo lugar el 8 de febrero de 1938. La película fue distribuida por RKO Radio Pictures, con la que la empresa de Disney tenía firmado un acuerdo de distribución. El guión de la película se basa en el célebre cuento de hadas Blancanieves, de los hermanos Grimm. Como en el cuento original, una malvada Reina, celosa de la belleza de su hijastra, ordena su asesinato, pero la joven huye y encuentra refugio en el bosque junto a siete enanos.

En el bachillerato, tuve un profesor que sostenía el aforismo siguiente: “El sentido común, es el menos común de todos los sentidos.” Repasemos un poco el cuento ‘clásico’ (si se me permite entrecomillarlo).

 ¿Qué pretende hacerles creer a las damas, o sería mejor decir, damiselas?

 ¿Acaso alberga una idealista intención que consistiría en alejar a las jóvenes del mal, esto es, del mal que inunda los espacios vacíos de la vejez?

 “¿Por qué vejez?”

 Será porque es sinónimo de ‘dejadez, de despropósito, de sueños rotos, de desilusiones, de abandono de la luz primigenia del alma…

 

Érase una vez una mujer muy mala, mala malísima que tenía celos de la singularidad de otra. O sea, que es un cuento de reinas y de damiselas. Si bien la reina no es la supuesta reina -la cual no es sino una damisela impostora-, y una inocente jovencita que en verdad es una reina, pero a la que pretenden hacer pasar por tontala, o sea, una tonta del ala carente de todo sentido común. Porque, poco de eso haya que tener para largarte de tu casa, al bosque, meterte en una casa diminuta, acostarte en cama ajena y desconocida, y encima de haber huido, una vez estás a salvo, abrirle la puerta a la primera ‘atontadora de diademas’ que pasa por allí ofreciéndote una simple, aunque apetitosa, manzana roja. Que por más roja que sea no deja de ser una manzana. Solo una mujer a la que el sentido común ha abandonado o le ha propinado una patada en todo el común, es capaz de abrirle la puerta a una vieja desconocida, a sabiendas de que una malvada  la busca con ahínco para hincarle el diente y largarla al otro mundo, a ese del que no se vuelve.

 “¿Seguro que no?”

 Se vuelva o no se vuelva, el caso es que menuda flojera de diadema tiene la que no es capaz de discernir entre la inocencia generosa y sana, y la tontería resultante de haber abjurado del menos común de todos los sentidos.

 El cuento clásico ya te lo sabes, así que yo me voy a dejar de cuentos y te voy a relatar la versión rosettiana del mismo.

Érase una vez que se era en los confines de un lugar más allá del sol… la historia de una bella alma, cándida, inocente, luminosa y pura, pero con todo su sentido común, ¡faltaría más!, que era la envidia de todas las damiselas que el trofeo del reino querían poseer y alcanzar para sí. En ese reino, al que llamaremos ‘TONTILANDIA’, en el que la belleza, el glamour y la apariencia eran un ‘must’, o sea, una petardez que viene a ser algo así como: ‘la que más se recauchute, se rellene de silicona los huecos que la ausencia del alma ha dejado en la piel, disimule con afeites sus fealdades interiores y los fríos recovecos de su corazón, esa, y solo esa, será la reina de todas las damiselas de ausente sentido común. Porque poco sentido común hay que tener para darle bisturí y relleno sintético al templo del alma.

Recordemos que estamos en TONTILANDIA, o sea, que los hombres andaban también un poco alelados enfundados en sus armaduras espanta sensateces y dignidad masculinas. Por consiguiente, al rey del reino, padre de nuestra protagonista, le había mermado la neuronera de tanto mezclarse con damiselas y ligar con diademas flojas. En plena etapa de ‘crisis existencial’, que en edad masculina viene a ser rondando los cincuenta, le había dado por ligar con lagarteranas: mujeres cuya piel del alma es tan dura, tan árida, tan fría que más parecen lagartos emocionales que seres humanos racionales. Como te contaba, al rey le había dado por seducir a damiselas, si bien el que resultó seducido fue él por la más malosa y lista de todas las damiselas. Ahora bien, si uno se abstrae de estas cuestiones psicológicas y emocionales, y se fija solamente en el físico, ella, la damisela aspirante al trono vacante de churri del rey era toda una mujer en el sentido machista de la palabra: tetas tetorras, culona, maciza, mirada lasciva y malignosa, prepotente donde las hubiera, soberbia y orgullosa. Resumiendo: un hombre machista y misógino enfundado en cuerpo genéticamente de mujer que hacía realidad todos los tópicos machistas.

La damisela, a la que llamaremos Monumental, por aquello de grandona y porque sabía cómo hacerse notar, escandalosa como ella sola y faltosa de elegancia, era de esas mujeres que se creen ser más que nadie, y a la que es muy fácil engañar con ‘una de pipas’. Me refiero a que le perdía el halago fácil, bastaba con que le dijesen que era bella, bellísima, la más bella del lugar. De tan creída que era, había hecho de su propio ego un espejo y en él que se miraba y remiraba todo el día acicalándose, arrumacando las pestañas y dándole al elogio de su estulticia monumentalera. O sea, todo un poema de tontería tontalera. Dada su actitud vital, no era de extrañar que, a la reinona, le pusiese de los nervios la autenticidad y la simplicidad (ausencia de complicación) que exhalaba la hija del rey, Blancanieves, a la cual se le decidió llamar así por la blancura de la luz de sus alas.

 Lo cierto es que, Blancanieves, era un hada, un ser de limpia alma, y luminoso latir. En su inocencia primigenia, propia de los seres de luz en los que la malicia se ausentó hace miles de vidas humanas, no acertó a cogerle manía ni a dejarse atrapar en sus falsedades y odios varios. Ella, pasaba olímpicamente de Monumental, lo cual añadía torturas a su ya de por sí ennegrecida alma impidiéndole el sueño y provocando que su azotea echase humo.

Un día acertó a pasar por el reino un trovador que, además de poemas envasados, ofertaba libros de recetas mágicas y pócimas para rejuvenecer el aliento vital en siete pasos. Monumental se los compró todos, los libros claro. Y con ellos se fue a sus mazmorras donde conspiraba en contra del rey, de Blancanieves y de todo aquello que tuviese alegría en las alforjas. Leyendo y leyendo dio con una pócima que helaría el alma de Blancanieves y le permitiría usurparle la luz. Tal descubrimiento le llenó el corazón de júbilo aunque fuese por una sola vez y su encanto durase un fugaz instante. El júbilo trocase ferocidad de alimaña envidiosa, y se largó a toda velocidad en busca de la mejor de las aspiradoras que pudiese encontrar en palacio: ¡tenía que aspirarle las alas a Blancanieves! Si bien, sus planes, no podían salirse bien.

 Blancanieves, como suele sucederle a toda hada en versión humana, estaba muy protegida y era muy despabilHada (si, con ¡h! de Hada). Por consiguiente, nunca se había fiado ni confiado de Monumental. Desde el instante primero en que sus innobles pies pisaron la alfombra magenta del castillo hadado de su padre, ella, Blancanieves, sospechó que su padre había sido víctima de una encerrona incluida la pócima ya que a ella nunca se le hubiese pasado por la varita que su padre pudiese casarse con semejante… monumento de silicona mutante y empacho de maquillaje, por no hablar de la lengua viperina que se gastaba. Ah, el atontamiento de su pobre padre les había metido a todos en problemas, y a ella más que a nadie. Consecuentemente, Blancanieves, se dedicó a trazar un plan tanto para desenmascararla como para de paso protegerse ella, o… ¿era al revés? No importa: “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”

 El sentido común era muy común en Blancanieves, porque el rango almista de hada incluye esta capacidad en nivel máximo de desarrollo.

 Te preguntarás, ¿qué es el sentido común?

No es el menos común de todos los sentidos, sino una suerte de ‘genio’ que basa sus privilegios en el manejo el arte de la ‘preguntación’ (hacer preguntas), la perspicacia, la observancia, el discernimiento, la lógica y la sinceridad a dosis equilibrHadas (ya sabes, con ‘h’ de hada).

Viendo venir la tormenta que se avecinaba, esto es, la caza de brujas a la que la iba a someter Monumental, decidió largarse al bosque en busca de los ‘SIETE MAGNIFICOS’ que no eran sino los guardianes de los secretos humanos. Como suele suceder con todo lo mágico, las cosas a veces no son lo que aparentan, y ellos, los siete magníficos, se dedicaban a la minería para así despistar acerca de su verdadera actividad. La excavación del mineral no era lo principal, sino el secreto que albergaba el mineral: todas las hadas necesitaban de esta miel para mantener alegre la luz hadada de sus alas. Sí, el mineral contenía en su interior una suerte de miel mágica que despertaba a las hadas de cualquier letargo o atontamiento en el que hubiesen caído. Eso sí, también tenía otros usos, que no eran otros que los de mantener alimentado el sentido común, dar lustre a los chakras (puntos de energía en el cuerpo humano), iluminar las noches oscuras del alma y darle un poco de dulzura a los amargos momentos humanos.

Dicho y hecho,

Blancanieves se largó al bosque a toda ala en busca de sus amigos. Cuando llegó la casa estaba vacía, les supuso todavía en la mina, por lo que se arremangó y se puso a preparar la cena. Quería darles una agradable sorpresa cuando estos llegasen. Y, vaya que si se llevaron una sorpresa hadada. Hacía tanto tiempo que Blancanieves no se daba una vuelta por allí ni les hacía llegar ningún mensaje de su parte que, o bien le iba todo de  maravilla, o todo lo contrario. Más bien sería esto último, y debía ser grave lo que acontecía ya que la propia Blancanieves se había alargado hasta allí en persona en vez de mandar a un mensajero.

Los siete magníficos eran los siete consejeros que toda almHadada tiene en la Tierra para momentos de confusión existencial, pérdida de rumbo, creación de estrategias de éxito y psicoanálisis hadado. Sus nombres eran: Valiente, Sensato, Sabio, Risueño, Creativo, Práctico y Analítico.  Todo un equipo hadado.

 

  • ¿Qué te trae por aquí, amHada Blancanieves? – preguntó Sabio a modo de
  • Doña Monumental ataca de nuevo. Y, no hay que tomársela a chanza puesto que ha roto ya todos los espejos que ha hallado en el reino y sólo le queda romper el mío –respondió Blancanieves.
  • Y…eso, ¿por qué? ¿Por qué rompe los espejos? –preguntó con curiosidad
  • Porque ninguno le dice lo que ella quiere oír, que no es otra cosa que ella es la más bella, la más inteligente, la más deseada, la más estupenda del reino… -respondió soltando un suspiro Blancanieves.
  • Haría bien en aprender a apañárselas con la frustración, no siempre se puede ser la más en todo –alegó Analítico.
  • Mmmmm… eso solo es para los demás. Ella está más allá de todas esas cosas mundanas –comentó
  • Típico comportamiento que esconde un serio complejo de inferioridad –dijo
  • Nadie que se sintiese a gusto en su piel iría por ahí rompiendo espejos de Ego que le respondiesen la verdad. La valentía es una virtud que poca gente usa y valora en su justa medida. La verdad es lo que nos permite fluir con la vida –dijo
  • Además, te ha tocado habértelas con una damisela de diadema muy floja pero a la vez muy peligrosa… -dijo entre risas Risueño tratando de relajar el ambiente.
  • Sí, sí, mucha flojera de diadema, pero no de odiadera… -añadió Blancanieves tratando de unirse a la chanza de Risueño.
  • Y, ¿qué piensas hacer? –preguntó Práctico, porque para práctico y pragmático nadie como él.
  • Quisiera tenderle una trampa… -confesó Blancanieves un poco
  • ¿Una trampa? ¿Qué clase de trampa? –preguntaron los siete al unísono.
  • Sé que ella quiere envenenarme… librarse de mí, en definitiva –dijo con determinación Blancanieves.
  • Y, ¿eso cómo lo sabes? –preguntaron al unísono.
  • ¡Cómo no iba a saberlo! –protestó Blancanieves-. Esa sería la pregunta más adecuada. Ella será soberbia, ingrata, orgullosa… pero estúpida.
  • Ningún enemigo es pequeño ni ha de ser minusvalorado –dijo Práctico.
  • Así es. Supe que le había comprado libros de conjuros a un vendedor ambulante. Y, eso me llevó a espiarla. Un día que había salido, me colé en su ‘laboratorio’, y pude leer algunas de sus notas… -iba diciendo Blancanieves cuando Sabio la interrumpió.
  • ¿Qué decía en esas notas?
  • Que debía eliminarme si quería la más bella del reino ser y de paso apropiarse del sentido común de mi padre, el rey, para el resto de sus días.
  • ¡Vaya con la Monumental! Va a resultar que si sabe hacer algo a lo grande, aunque al final se le caiga encima –bromeó Risueño.
  • Yo no me reiría tanto y tan pronto –dijo
  • Y, ¿qué has pensado hacer? –preguntó Analítico.
  • Tenderle una trampa. Sé que ella vendrá a buscarme al bosque…
  • ¿Por qué al bosque? –preguntó Valiente.
  • Porque en una ocasión me dijo que alguien le había comentado que en el bosque habitaban seres excepcionales que te concedían deseos, tenían fórmulas ancestrales para conseguir la juventud eterna…
  • Ah…, ¡ya! –soltó en un suspiro sarcástico Risueño.
  • Por eso. Pensará que me he venido aquí en busca de protección. Y, así es. Pero no me pienso quedar de brazos cruzados…
  • ¿No? –preguntaron todos al unísono.
  • ¡No! –dijo con determinación ella. –No, y no. Se me ha ocurrido darle una buena lección que no olvide jamás en su vida…
  • ¿Cuál? - preguntaron todos al unísono.
  • La del sentido común…
  • Y, ¿cómo piensas darle una lección de sentido común? - preguntaron todos al unísono.
  • Muy sencillo. Le prepararé una pócima de la verdad, esa según la cual no puedes sino asomarte al espejo de tu verdad interior. Cuando al mismo se asome verá todas las maldades que la tienen presa, todas las enjundias de sus malicias, todas las tretas de sus mentiras, todas las estupideces de sus autoengaños…
  • Vamos, que la harás enfrentarse a la flojera de su diadema – dijeron todos al unísono.
  • Así es. Me disfrazaré de vieja hechicera, y le ofreceré la manzana de la juventud eterna… -dijo
  • Si la manzana del sentido común muerde, no le quedará más remedio que habérselas con sus noches oscuras, su falsa feminidad - dijeron todos al unísono.
  • Así es. Tendrá que venir la parte masculina de su alma a rescatarla, o no habrá manera de superar el ‘atontamiento’ de la diadema floja

Blancanieves se disfrazó de vieja hechicera y, con la ayuda de los Siete Magníficos, preparó una pócima hadada que sumiese a Monumental un letargo que le provocase el enfrentamiento con sus demonios interiores. Monumental y el sentido común nunca habían sido presentados. Por consiguiente, siempre se creyó más de todo que nadie y despreció a Blancanieves.

 La ausencia de sentido común provoca, entre otras cosas, que la gente se crea todo lo que ve u oye. Otro de los síntomas asociados a la falta de sentido común es que la persona no se hace preguntas a sí misma ni a otros, carece de humildad y de sensatez, necesita contarse milongas todo el tiempo y se cree sus propias mentiras. Así fue como a Monumental se le hinchó el ego de tanto contarse milongas y se le aflojó tanto la diadema que creyó que podría derrotar a un hada como Blancanieves y atontarla con halagos o derrotarla con un poco de pócima de sustos.

 Blancanieves era buena, pero no tonta. Su sentido común estaba muy vivo, fue por eso nunca se creyó lo que Monumental le contaba, ni se tragó el anzuelo de sus apariencias. Por consiguiente, observó y calibró, y, muy pronto se dio cuenta de que Monumental era un fraude y no una mujer segura de sí misma, independiente, reina y con las riendas de su vida en sus manos. El primer detalle que hizo que le saltaran las alarmas a Blancanieves fue que tuviese celos de ella.

 “¿Por qué?”

 Cuando una mujer que tiene celos de otra significa que es una inmadura a nivel emocional, esto es, que la diadema la tiene muy floja. Porque solo una mujer insegura tiene celos o envidia de otra, y pretende eliminarla como toda solución a sus males.

 El cuento se dio la vuelta, siendo Blancanieves quien preparó la manzana, no una envenenada, sino hadada, que actuó como un revulsivo cuando Monumental se la comió: la ponzoña que en su interior anidaba se rebeló con todas sus fuerzas al contacto con el suero hadado. Truenos y relámpagos surgieron de su interior. Y, cuando la tormenta cesó, quedó sumida en un profundo sueño del que despertó cuando el sentido común regresó.

 

 La Moraleja o metamensaje:

  •  Nunca temas a ninguna Monumental por poderosa que ésta aparente ser. Usa tu sentido común, observa, discierne, pide ayuda a quien debas, y usa tu inteligencia para confeccionarte una estrategia. Pero, nunca, nunca te quedes de brazos cruzados ni huyas. Plántale cara al demonio, aunque éste tenga faz damiselera. El sentido común es una suerte de lógica que nos hace colocar los problemas, los asuntos y demás temas en su justa medida, esto es, los encuadramos y colocamos en su sitio.
  • El sentido común hace que dudemos de las apariencias y que usemos nuestras capacidades para confeccionarnos una idea del mundo que nos rodea.
  • El sentido común nos permite colocarnos en nuestro sitio, mirar en nuestro interior, serenarnos, y abrirnos a las capacidades y dones que residen en nuestro interior.
  • El sentido común es propio del alma. Porque solo el alma sabe que nadie es más que nadie en base a sus atributos físicos o posesiones materiales. La grandeza solo la da el alma, no la cartera.
  • Recuerda: el sentido común debe ser el más común de todos tus sentidos, porque sólo éste y nadie más que éste será tu antídoto más eficaz para todas las manzanas envenenadamente redileras.

 

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