Por Olivier Pavón
Ésta es la historia de una pelea de pareja, en un lugar del Centro Histórico de la ciudad, que llegó demasiado lejos.
Lo que en principio parecía un crimen pasional, tocó lo más hondo del sistema de impartición de justicia, el concepto de feminicidio y las relaciones diplomáticas con Panamá.
Osvaldo despierta sobresaltado: soñó con su novia Alí, en medio de una densa niebla, despidiéndose. En el sueño él intentó decirle adiós, pero no pudo. Aún mareado, Osvaldo identifica el sitio en el que se encuentra: está tendido en una cama dentro de un cuarto de hospital; tiene sondas en la nariz, en el cuello y en el pene. No se acuerda de nada. Intenta levantarse, trata de mover el brazo pero no puede: su mano está esposada a la cama.
Esforzándose, logra recordar lo último que pasó antes de perder el conocimiento: una discusión con Alí, una sirena en la calle. Ahora está en la habitación 18 de la Cruz Roja de Polanco. «¿Y Alí dónde está?, ¿por qué estoy esposado?», pregunta Osvaldo. «¡Tranquilo, tranquilo, todo va a estar bien!», le responde su hermano, Humberto Morgan Colón.
«Estás en la Cruz Roja. Estuviste dos días en coma», le informa Humberto, escueto. No se atreve a decirle lo que en realidad pasó. Osvaldo sigue mareado por los medicamentos, pero intenta incorporarse nuevamente. No puede; un dolor le atraviesa el abdomen: bajo la bata tiene una herida suturada de casi 15 centímetros a la altura del ombligo.
–Quiero verla– le dice a su hermano.
–No puedes. Descansa.
–¿Por qué no puedo verla?
Humberto mira a su hermano desesperado y suspira, a sabiendas de que no podrá ocultar la verdad mucho más tiempo.
–Alí está muerta. Tú la mataste.
[La fiesta]
El cuerpo desnudo de Alí Dessiré Cuevas Castrejón yace en la morgue. El rostro moreno, hinchado, parece dormir sobre la plancha del anfiteatro. En el abdomen lleva los pequeños puntos oscuros que delatan la causa de su muerte: el mediodía del 20 de septiembre de 2009, apenas un día después de su cumpleaños 24, fue asesinada de una cuchillada en el ojo izquierdo y 26 puñaladas en el estómago.
El día antes de su muerte, Alí y Osvaldo festejaron el cumpleaños en el departamento número 1 de un edificio de cuatro niveles, con una fachada en piedra de color gris, el 162 de la calle Ayuntamiento, en el Centro. La pareja había convocado a una reunión en el departamento donde Osvaldo vivía con tres roomies. La cerveza y la marihuana corrieron. Horas después, la luz del mediodía apenas se filtraba por los amplios ventanales del departamento. Cerca de 20 invitados se habían retirado mucho tiempo antes, y además de la pareja, sólo quedaban dos amigos que dormían.
La cerveza y la marihuana corrieron.
Osvaldo y Alí estaban despiertos. Ella buscaba una escoba para empezar a hacer la limpieza de la cocina de cuatro por tres metros de ancho. Él aún estaba perturbado por el alcohol y sólo le repetía que había que buscarla. Allí inició todo: entre vasos sucios, una botella de cerveza familiar en un lavabo con base de madera, una estufa blanca, una alacena.
Osvaldo recuerda que Alí se desesperó. «Comenzó a ofenderme, dijo que ya no me quería. La empujé y ella me enterró dos veces un cuchillo en la boca del estómago. Me dio miedo. Quise controlarla, pero en el forcejeo el cuchillo se fue hacia su ojo; estaba tan enojado, que se lo arrebaté y le piqué el estómago.» En el bolso de Alí estaba un libro que ella nunca leería y un juego de backgammon en miniatura, los obsequios de cumpleaños que horas antes le había dado el propio Osvaldo.
¡Llama a la policía!… No, mejor no…
Alí acabó en el suelo: la sangre empapaba su playera rosa. Osvaldo buscó a uno de los amigos que se había quedado a dormir, Alejandro Rangel. «¡Alex!, maté a Alí. Ya les había dicho que algo así iba a pasar. ¡Llama a la policía!… No, mejor no… ¡Mejor sí!», le gritó Osvaldo.
Alejandro intentó tranquilizarlo. Aún sentía la pesadez de las cervezas de la madrugada. Vio la sangre en el abdomen de su amigo.
–Ya no tengo salvación, ¿verdad?
–Tranquilo, voy a llamar a la ambulancia.
Tambaleante, Alejandro corrió a la cocina. Encontró a Alí en el suelo, muerta. Osvaldo sintió cómo sus piernas se doblaban. Comenzó a escuchar todo muy lejos. Cayó de rodillas, sus párpados se cerraron y su cuerpo se acomodó en posición fetal. A unos metros, permanecía el cuchillo dentado de 11 centímetros, lleno de sangre.
Éste pudo haber sido un crimen más, pero los personajes, familiares e instituciones involucradas rebasaron lo que al principio fue calificado como en la siguiente nota del 21 de septiembre del diario La Prensa:
«Un caso de amor salvaje ocurrió ayer entre una pareja de novios, luego que por presuntos celos discutieron, pero las cosas llegaron a tal extremo que se agredieron con armas blancas y la mujer murió desangrada por las profundas heridas. Los reportes de las autoridades señalan que los protagonistas de este caso fueron identificados como Oswaldo (sic)Morgan, de 28 años, y su novia, de la que sólo se sabe respondía al nombre de Aline (sic).»
Hubo cosas que los diarios omitieron. En primer lugar, que Osvaldo es el menor de los hermanos de Humberto Morgan Colón, actual responsable del Programa de Educación e Integración Alternativa de la Secretaría de Educación del DF y ex diputado por el PRD en la IV Legislatura. Esto no se supo sino hasta que el grupo feminista «Alí somos todas» se lo hizo ver a las autoridades capitalinas: temían que hubiera trato diferencial hacia Osvaldo.
Esta agrupación feminista nació antes del asesinato. «Éramos una colectiva, un grupo que no tenía nombre y que trabajaba en grupos de autoconciencia», afirma una de las dirigentes de la agrupación, quien prefiere conservar el anonimato. Alí pertenecía a ese grupo, donde las mujeres también leían poesía y compartían sus expresiones artísticas.
Tras la muerte de Alí, el grupo tomó otra vocación: «Nos organizamos, nos hablamos para investigar quién sabía algo y quién había estado en la fiesta», dice la dirigente. Su primer acto público fue el 2 de octubre de 2009, cuando decidieron unirse a los grupos que cada año conmemoran el aniversario de la matanza de estudiantes en Tlatelolco.
Solicitaron asesoría de la Comisión de Derechos Humanos capitalina y el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal (Inmujeres-DF) para exigir la pena máxima para Osvaldo. En la primera audiencia, el 5 de noviembre de 2009, Rosaura Ramírez Zamudio y Alejandra Macías Delgadillo, asesoras del área de Políticas y Prevención de Violencia contra las Mujeres del Inmujeres-DF, se entrevistaron con el juez que llevaba el caso, Francisco Salazar Silva. Le pidieron imparcialidad y transparencia en el proceso. Argumentaban que el crimen de Alí era un feminicidio, aunque esta figura no esté tipificada en las leyes mexicanas.
Según el libro Feminicidio: una perspectiva global de Diana E.H. Rusell y Roberta A. Harmes, los feminicidios «son asesinatos motivados por la misoginia: implican el desprecio y el odio hacia las mujeres».
Argumentaban que el crimen de Alí era un feminicidio, aunque esta figura no esté tipificada en las leyes mexicanas.
El abogado de Osvaldo, Gerardo Urrutia, refuta la acusación: «Argumentan feminicidio; primero deben saber el concepto de esa definición para juzgar. Osvaldo convivía con tres mujeres, con las que compartía la renta, hacía limpieza, nunca tuvo antecedentes de agresión, hasta antes del crimen, hacia otras mujeres. La acusación se cae sola», reviró.
El «linchamiento hacia Osvaldo», como lo llama Sofía Beatriz López, una de las tres compañeras de departamento de Osvaldo, se trasladó a otros sitios: «Tengo a Osvaldo como amigo en Facebook y una chica que ni conozco me empezó a reclamar; me cuestionaba que tenía a un asesino como amigo». En otra ocasión, Sofía escuchó un comentario de una chica que dibujaba a Osvaldo como un monstruo que odiaba a las mujeres, aunque ella niega que así sean las cosas.
Cuando ingresó al Reclusorio Norte, la foto que aparecía en la ficha de detención de Osvaldo no correspondía con su rostro. Ello generó sospechas entre los grupos que buscaban el castigo de Morgan. Aunque el error fue corregido, las agrupaciones que pedían castigo creyeron que el plan era liberarlo.
Si el crimen alcanzó las sospechas de corrupción y feminicidio, también cruzó fronteras. Alí era hija de Conrado Cuevas Zelaya, panameño, activista político que enfrentó la dictadura de Manuel Antonio Noriega. Cuando supo de la muerte de su hija, el padre de Alí pidió al gobierno de Panamá que interviniera:
«(En México) hemos visto que a veces la injusticia triunfa por corrupción y tráfico
de influencia que se maneja en muchos políticos», advertía Conrado Cuevas.
El 6 de octubre de 2009, la embajadora de México en Panamá, Yanerit Morgan (quien, a pesar del apellido, no tiene parentezco con los Morgan Colón), recibió a los familiares de Alí. Se comprometió a dar seguimiento y solicitar que «que el proceso judicial se conduzca conforme a derecho» a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México. Tres días después, la Cancillería mexicana solicitó al juez Salazar información sobre el caso: «Hago de su conocimiento que la Embajada de México en Panamá comunicó a esta Secretaría de Estado que el Ministerio de Relaciones Exteriores de ese país, mediante Nota Diplomática del 6 de los corrientes, solicitó información relacionada con la investigación de la muerte de Alí Dessiré Cuevas Castrejón». El juez sólo respondió que el juicio estaba «en etapa de instrucción bajo el procedimiento ordinario. El inculpado actualmente se encuentra interno en el Reclusorio Preventivo Norte del Distrito Federal».
Desde el país centroamericano, la Universidad de Panamá, en voz de su rector, Gustavo García de Paredes, también requirió al presidente Ricardo Martinelli Berrocal hacer todas las gestiones necesarias ante el gobierno mexicano. Exigió que se garantizara la aplicación de justicia y «se castigue al o los culpables de este alevoso homicidio». La presión para el juez no sólo venía del lado de Alí. «Esperamos que el juez no se deje presionar por las organizaciones feministas y la cuestión internacional. Hay una presión política y de activistas hacia el juez», replicaba Humberto Morgan Colón.
[Nacida en el caos]
Alí vestía una minifalda y un saco con un solo botón en el centro. Era 2007, en una fiesta en el Pedregal. Ahí la conoció Osvaldo. «Le habían organizado una fiesta porque ella iba a regresar un año a Panamá. Me quedé prendado de ella.» Cuenta que la fiesta terminó en «una bacanal», con la alberca atascada de cerveza y «mucha gente cogiendo por todos lados».
«Siempre me han gustado las mujeres inteligentes y Alí era inteligente, además tenía unos diálogos muy encendidos en cuanto al teatro, la filosofía de San Agustín, Aristóteles, Sócrates y Platón. Eso fue lo que me llevó a enamorarme de ella. Nos presentaron nada más, pero me quedé con su imagen muy grabada porque dije: ¡chingados, yo no la voy a ver más porque se va a Panamá!», afirma.
Pasó un año. Cuando Alí volvió, la relación nació en una conferencia sobre el teatro del absurdo de Eugène Ionesco.
«Es muy chingona, inteligentísima», decía Osvaldo de Alí, quien dominaba griego, latín, inglés y un poco de francés. Escribía poemas y era femenista. Apasionada de las doctrinas y filosofías epicureístas. Su tesis, que quedó inconclusa, se titulaba: La sistematización del deseo como concepto epistémico en Epicuro. Morena, de 1.70 de estatura, su belleza resaltaba aún más por el pelo estilo afro.
... desde que nació, Alí estuvo marcada por la fatalidad.
Sin embargo, desde que nació, Alí estuvo marcada por la fatalidad. «Nació en México, durante el terremoto, el 19 de septiembre del 85. Fue un nacimiento en medio del caos», recuerda desde Panamá su padre, Conrado Cuevas Zelaya. La bebé nació antes de tiempo en el hospital Adolfo López Mateos. El susto de la madre, Sonia Castrejón Mata, al sentir el movimiento telúrico, provocó el alumbramiento con ocho meses de embarazo.
Al año y medio de vida de Alí, sus padres volvieron a Panamá. Fueron de los activistas que lucharon contra la dictadura de Manuel Antonio Noriega. En las madrugadas panameñas, el teléfono del ingeniero Conrado Cuevas no paraba de sonar. Eran amenazas de la Guardia Nacional de Noriega, dirigidas contra la persona más vulnerable de la familia de Conrado: su hija Alí.
Finalmente el padre cayó preso por el régimen durante año y medio. Cuando obtuvo la libertad, se exilió con su familia en la Ciudad de México, donde trabajaba como fotógrafo. El exilio concluyó con el apresamiento de Noriega. Los Cuevas volvieron a Panamá y Conrado se afilió al partido Alternativa Popular. La vida de Alí transcurrió entre México y Centroamérica, hasta que sus padres la enviaron a estudiar a la UNAM en 2001.
El cuerpo de Alí fue sepultado en un cementerio del sur de la Ciudad de México. Conrado Cuevas quiere trasladarlo a Panamá. «Esperamos un tiempo prudencial. Le tenemos reservado aquí un jardín muy bonito». Ese cementerio se llama El Jardín de Paz, donde hay ex presidentes sepultados.
«¿Qué le diría a Osvaldo?» es la pregunta final al padre de Alí. Tras pensarlo unos segundos, responde tajante: «Ni perdón ni olvido».
Comentarios
Este hecho nos debe llevar a reflexionar en algo que está más allá de la evidente culpabilidad de Oswaldo, la misoginia, los feminicidios y el tráfico de influencias; en lo frecuente que los jóvenes truncan su vida por ese afan de "vivir la vida intensamente" y el por qué el camino que más frecuentemente encuentran para lograrlo es el sexo, las drogas y el alcohol.